La educación es atravesada por tiempos de turbulencias y tendencias que la sacuden de un lado a otro; generando con esto, incertidumbre y desafíos para responder a las exigencias de formación. En este sentido, es necesario pensar en integrar la iniciativa emprendida por la Iglesia católica bajo el liderazgo del fallecido Papa Francisco, quien propuso liderar un Pacto global por la educación con el propósito de sumar e integrar esfuerzos que propicien una transformación cultural a través de la educación. El mundo atraviesa tiempos complejos, centrados en formas, etiquetas, superficialidades y un narcicismo envolvente que nos desvincula conduciéndonos a una sociedad del vacío; que requiere ser pensada en su esencia y contenido para su transformación humana y social; en este orden, una apuesta por un pacto educativo global. Es así como, el Papa Francisco invitaba a dialogar sobre las formas en que estamos construyendo el futuro del planeta y la necesidad de educar en los talentos y capacidades humanas; porque los cambios requieren de una educación que nos haga ser consciente, solidarios y fraternos; o sea, iniciativa de un acuerdo educativo global, cuyo centro sean los jóvenes que representan las actuales generaciones; para de esa forma, construir una educación abierta, incluyente y dialógica; que permita integrar y reconstruir un horizonte de sentido, que enfrente los desafíos que interpelan.

Dado lo anterior, el mundo actual en permanente transformación, atraviesa por multiplicidad de crisis políticas, religiosas, morales y económicas que tienen como factor común la violencia, desesperanza y la muerte; que, precipitan transformaciones culturales, antropológicas y nuevas formas de lenguaje, que descartan y anulan lo existente, sin ninguna reflexión; como señalaba el Papa Francisco en su carta encíclica Laudato Si: «La educación afronta la llamada rapidación que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital, cambiando continuamente los puntos de referencia. En este contexto, la identidad misma pierde consistencia y la estructura psicológica se desintegra ante una mutación incesante que contrasta la natural lentitud de la evolución biológica». Asistimos, al mundo de la inmediatez y rapidez; del menor esfuerzo posible, las salidas y repuestas fáciles; este enfoque antropológico y cultura de la existencia, desvincula, atomiza e individualiza.

En consecuencia, el pacto por la educación global que proponía el Papa, involucra a todos los actores de la sociedad en función de un gran acuerdo educativo centrado en siete vías: 1. Poner a la persona en el centro. Contra la cultura del descarte, poner en el centro de todo proceso educativo a la persona, para hacer emerger su especificidad y su capacidad de estar en relación con los demás. 2. Escuchar a las jóvenes generaciones. Escuchar la voz de los niños, adolescentes y jóvenes para construir juntos un futuro de justicia y de paz. 3. Promover a la mujer. Favorecer la plena participación de las niñas y las jóvenes en la educación. 4. Responsabilizar a la familia. Ver en la familia al primer e indispensable sujeto educador. 5. Abrirse a la acogida. Educar y educarnos en la acogida, abriéndonos a los más vulnerables y marginados. 6. Renovar la economía y la política. Estudiar nuevas formas de entender la economía, la política, el desarrollo y el progreso, al servicio del hombre y de toda la familia humana en la perspectiva de una ecología integral. 7. Cuidar la casa común. Custodiar y cultivar nuestra casa común, protegiendo sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y apostando por las energías renovables y respetuosas del medio ambiente. Esta iniciativa debe hacer parte de la reflexión acerca de la educación.

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