En lo transcurrido del breve y violento siglo XX, encontramos casos de metarrelatos que encarnan mentiras convertidas en verdad.
El escenario político global y particular en Colombia, ha sido marcado por discursos y narrativas de señalamientos mutuos, odios y satanización recíproca; convirtiendo la democracia en un campo de batalla donde predomina un lenguaje perturbador y cargado de insultos, señalamientos y ofensas que la degradan; y con ello, impidiendo la construcción de una verdadera cultura política. Estos son los tiempos que transitamos; rodeados de incertidumbres, verdades, mentiras y ficciones; definida como una era de posverdad; caracterizada por arenga y ficciones que crean nuevas realidades que defienden y/o rechazan verdades y mentira; que tienen un poder que depende de quienes creen en ello. Como bien lo define Yuval Noah Harari en su libro «21 lecciones para el siglo XXI», los humanos siempre han vivido en la era de la posverdad. «Desde la Edad de Piedra hemos construido mitos, para integrar y cohesionar la existencia en comunidad y regular el orden social; el Homo Sapiens conquistó este planeta gracias sobre todo a la capacidad distintivamente humana de crear y difundir ficciones». En este orden, se podría decir que, somos la única especie que puede inventar relatos de ficción, y difundirlos con el fin de convencer a millones de personas para que crean en ellos. Esta ha sido una constante en el discurrir de la humanidad; desde tiempos pretéritos, hasta los actuales; los líquidos tiempos presentes, nos sitúan frente a nuevas formas de concebir la realidad. En este sentido, los medios de comunicación que representan una lógica de poder; convertidos y utilizados como nuevos difusores de Posverdad, y el predominio de Facebook, Instagram, Twitter y líderes mundiales en lo político y religiosos; crean realidades desde relatos y narrativas para justificar una guerra, proteger el medio ambiente, legitimar dictaduras, defender la democracia, hacer apología de un caudillo; destruyendo la moral de personas e instituciones; la narrativa masiva de los grandes medios, influyen en la mentalidad y forma de pensar para construir Dioses y demonios que hacen que la sociedad esté dividida entre buenos y malos. El poder de influencia y convencimiento, permite que amplios sectores de la sociedad, indistintamente a la posición social y nivel de formación; los sigan reverenciando con el dogma a cuestas; donde presenciamos verdades incuestionables; es el poder de la Posverdad; aquí, nadie cuestiona, y quienes lo hacen, los marginan; porque la línea de conducta impuesta es repetir. Por ello, muchas noticias falsas duran para siempre. En lo transcurrido del breve y violento siglo XX, encontramos casos de metarrelatos que encarnan mentiras convertidas en verdad. Ejemplo de ello, el régimen nazi soviético; construido sobre una fuerte maquinaria mediática, que logró ocultar las atrocidades cometidas en los campos de concentración y proyectaron al mundo una imagen civilizada y humana. No obstante, siguen imperando estos relatos políticos, ideológicos y religiosos, con capacidad de convencer y crear verdades legitimadas en aceptación social; dispuestas a defender, hasta con la propia existencia, una conducta fanática y dogmática, donde la reflexión y la racionalidad no tiene espacio. Precisamente, esta realidad la tiene Colombia; donde hemos desplazado el logos e impuesto la violencia verbal, polarizando y dividiendo la sociedad, convirtiendo al contradictor político en enemigo; anulando la democracia y el debate público argumentado. En este contexto de Posverdades, construimos una nueva concepción de democracia y debate político; marcado por la ausencia de reconocimiento y respeto por el otro; creando un escenario de mutua satanización. En conclusión, vivimos tiempos complejos de construcción de relatos, narrativas y ficciones que tienen como finalidad, controlar la subjetividad, e imponer nuevos discursos sobre la verdad.