En estas fiestas de Navidad y fin de año, cargadas de recuerdos, nostalgia, melancolía y anécdotas sobre vivencias pasadas y presentes, evocamos a los amigos de juventud, a los familiares y a los seres queridos ausentes o distantes. Época de regocijo, en la cual las ciudades, pueblos y barrios se llenan de vida, alegría y luces de colores. En donde el centro de esta celebración lo constituyen el pesebre y el árbol de Navidad, símbolos de una tradición cristiana que conservan su originalidad y riqueza espiritual.

Cabe destacar que el pesebre es punto de encuentro para las familias y comunidades: allí se reflexiona, se canta y se espera con júbilo la Nochebuena y el nacimiento del Niño Dios. Comprendamos la riqueza simbólica que representa el pesebre en la vida personal, familiar y comunitaria, inspirados en el mensaje del papa Francisco sobre la Navidad. Para él, los elementos del pesebre reflejan dimensiones de la existencia humana que debemos interiorizar. Francisco nos recuerda que la Navidad, aunque ruidosa, nos invita al silencio para escuchar la voz del amor.

El amor no es solo palabra o expresión: posee un contenido profundo en la vivencia cristiana. Es ayuda al prójimo, definido como hermano. El amor cristiano se encarna en el mensaje de Jesús, tan necesario para la humanidad. Sin amor, la humanidad es una construcción sin sentido. Por ello, alrededor del pesebre debemos escuchar la voz del amor para ser mejores personas.

El papa también nos habla del árbol de Navidad, que simboliza nuestra frágil e imperfecta condición humana, pero que resiste con fortaleza y vigor los vientos de la adversidad, el dolor y la tristeza, así como las dificultades de la vida. Los adornos del árbol representan virtudes, colores que embellecen nuestras vidas. Las campanas de Navidad, al sonar, se convierten en símbolo de unión comunitaria. Nosotros mismos debemos ser campanas, llamados a integrar y congregar.

Asimismo, estamos invitados a ser luz de Navidad: cuando nuestras vidas iluminan el camino de los demás con alegría, paciencia y generosidad. Somos ángeles de Navidad cuando cantamos y proclamamos al mundo un mensaje de paz, justicia y amor. Somos estrella de Navidad cuando guiamos a otros hacia el encuentro con Jesús. Somos Reyes Magos cuando entregamos lo mejor de nosotros, sin importar a quién.

Somos música de Navidad cuando conquistamos la armonía interior. Somos regalo de Navidad cuando nos hacemos verdaderos amigos y hermanos de todo ser humano. Somos tarjeta de Navidad cuando la bondad se escribe en nuestras manos. Somos felicitaciones de Navidad cuando perdonamos y construimos paz en medio del sufrimiento. Somos cena de Navidad cuando compartimos el pan y la esperanza con el pobre que está a nuestro lado.

Que, en esta Navidad, alrededor del pesebre y reunidos en familia y en silencio, podamos vivir y sentir el nacimiento de Jesús en nuestros corazones y en nuestras vidas. Les deseo una feliz Navidad y que nuestras vidas reflejen la sencillez y la esperanza del pesebre.

¡De todo corazón, les deseo una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo!

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