La sociedad colombiana continúa repitiendo su diario discurrir de crímenes y demás actos violentos, lo que tiene como catalizador, la incapacidad de convivir en la intolerancia y diferencias entre sí; factor predominante de todas las violencias del país. Desde los inicios de la independencia, y pasando por la construcción de la república, se ha venido construyendo una sociedad fundamentada en conflictos políticos, sociales, económicos y culturales aún no resueltos, que han arrojado como resultado, una violencia perpetua, condenando a la sociedad, a un espiral de muertes.
Para validar lo anterior, es necesario revisar, con detenimiento, la historia de Colombia, en donde los tiempos actuales se han caracterizado por un alto nivel de degradación de la convivencia social. Por ello, es imperioso reflexionar sobre la responsabilidad del liderazgo político; a la vez, observar cómo incide en la transformación y el bienestar social. Como señala el profesor Boaventura de Sousa Santos, cuando se refiere al peso de la historia, pertinente en los actuales momentos de la realidad nacional. El peso de la historia es variable, hay períodos en los que la historia es pesada y en otros liviana. Los períodos pesados generan desalientos, resignación; al parecer, no podemos cambiar, no existen alternativas ni fuerzas que generen opciones. Las generaciones que viven en períodos de historia pesada, se denominan huérfanas. Lo anterior, para hacer referencia a la generación que emerge a partir de los años 90; no solo en Colombia, sino a nivel global; una época de cierre, definida por Fukuyama como el «fin de la historia», fin de una época. Un mundo sin posibilidades, un mundo sin futuro; lo que trajo como consecuencia, un período de la historia huérfano en comparación con las épocas anteriores.
Para comprender lo dicho, basta revisar la historia colombiana y reflexionar, cómo la generación que antecedió a la década de los 90 se caracterizó por su ímpetu y liderazgo utópico para transformar; claro está, fue una época de amplia y masiva politización ideológica, tendiente a materializar determinado modelo de sociedad que, entre otras cosas, no fue posible; pero, condujo a una generación, a un modo de exterminio; en unos casos, planificado, y en otros, como mártires.
Cuando recordamos lo que fue esa generación inaugural que vivenció Colombia y, que las fuerzas oscurantistas y retardatarias de siempre impidieron su ejercicio, su capacidad intelectual y moral como opción transformadora y de cambio; podemos decir que, frenó desde la violencia y la guerra, una generación inaugural, entusiasta y utópica que pudiera desplegar su potencial creativo e innovador; posiblemente, el presente fuera distinto. De ahí que, el atentado criminal al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay; al igual, que todo colombiano; merece el rechazo unánime de los estamentos gubernamentales; asimismo, reaccionar frente al tipo de sociedad que estamos viviendo; vivimos tiempos de Posverdades, donde impera una nueva concepción de democracia y debate político, marcado por la ausencia de reconocimiento y respeto por el otro; creando con esto, un escenario de mutua satanización. Asistimos a tiempos de incertidumbres fabricadas; construcción de relatos, narrativas y ficciones que tiene como finalidad, controlar la subjetividad, e imponer nuevos discursos sobre la verdad. En este nuevo escenario, tienen responsabilidad los líderes políticos y los medios de comunicación; solo ello, puede construir un espacio en donde el debate público se caracterice por la prevalencia del mejor argumento; a su vez, este sea lo único permitido y no la violencia.
En estos momentos, donde la historia es muy pesada y nuestra generación está huérfana de cambios, sin alternativas y fuerzas que la impulsen por un camino distinto al pesimismo, a la narrativa del miedo, la desinformación y el desencanto; en estos momentos de polarización, satanización ideológica y mesianismos redentores; es cuando realmente necesitamos liderazgos con ímpetu, visión y entrega, que dignifique el ejercicio de la política y la sitúe al servicio de la vida misma.