Textos: Julián de Zubiría Samper

«En el año 2014 la Revista Semana me invitó a escribir una columna periódica sobre temas educativos. Recibí con infinita gratitud la invitación, porque para aquella época este medio de comunicación gozaba de enorme prestigio nacional e internacional por la independencia en la línea editorial, la total libertad de sus columnistas y sus muy rigurosas investigaciones. El reto resultó muy interesante. Sin embargo, en 2019 me vi obligado a renunciar cuando concluí que la revista había vendido su independencia y perdido su rigor investigativo. Se arrodilló ante el poder y claudicó en su autonomía, lo contrario a lo que tiene que hacer el buen periodismo. De esa manera, perdió el principal activo del periodismo: la credibilidad» – Julián de Zubiría.

El informe Final de la Comisión de la Verdad es una oportunidad excepcional para garantizar verdad y no repetición. Sin embargo, esa meta podría ser empañada por algunos medios de comunicación que siguen incitando al odio, el miedo y el pánico. Ningún medio debería desconocer su responsabilidad con la paz y la reconciliación de los colombianos.

En 1917 el senador estadounidense Hiram Johnson afirmó con certeza: “la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. La mentira y la manipulación de los hechos son estrategias habituales para generar desconfianza en los contradictores, destruirlos psicológicamente y debilitarlos frente a la población. El problema es que sin verdad no hay reconciliación ni paz. En este contexto es de suma importancia el informe de la Comisión de la Verdad que hoy conoceremos los colombianos, así como debemos prepararnos para la tenaz oposición a la publicación que podemos prever por parte de algunos de los principales responsables de financiar, apoyar, participar y promover el conflicto interno en Colombia.

El informe no tendrá efectos jurídicos, pero si políticos, pedagógicos y sociales. Al fin y al cabo, como decía la UNESCO: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.

La sociedad colombiana conocerá hoy algunas de las innumerables verdades ocultas de la guerra gracias a una comisión que ha escuchado 27.508 relatos de todos los actores del conflicto y que recibió 1.084 informes de instituciones y organizaciones sociales. ¿Por qué se generó el conflicto?, ¿por qué prevaleció durante tantos años y por qué sigue existiendo?, serán algunas de las preguntas abordadas a lo largo de sus diez capítulos. Es una tarea en extremo compleja porque los actores del conflicto no quieren pasar a la historia con la enorme responsabilidad que les concierne, y eso obligó a la comisión a tener que escuchar múltiples fuentes y validar cada una de ellas. Solo con el contraste de diversas perspectivas puede llegar a descifrarse la verdad. Nadie mejor que el padre Francisco de Roux para liderar esta colosal tarea. Una de sus frases ya pasó a la historia, porque la metáfora que usa nos obliga a entender la triste historia de nuestra nación: “Si hiciéramos un minuto de silencio por cada víctima del conflicto armado en Colombia, tendríamos que estar en silencio durante 17 años”.

Sin duda, el reciente reconocimiento que hicieron los militares frente a los familiares de las víctimas, marcó un punto de inflexión en la historia del país. Con crudeza y valentía, reconocieron cómo habían ejecutado a miles de campesinos indefensos. No hay duda, las guerras deshumanizan las relaciones humanas fundamentales. En este caso fueron 6.402 inocentes. Hijos arrebatados a sus madres que por un acuerdo macabro entre militares y paramilitares, se les hizo pasar como guerrilleros muertos en combate. Son los asesinatos eufemísticamente conocidos como “falsos positivos”. Gracias a la JEP hemos podido verificar que fueron cometidos para “inflar” ante los superiores las cifras de bajas logradas en combate. Será una cifra que nunca podremos olvidar: 6.402 campesinos ejecutados por militares. ¡El doble que los desaparecidos atribuidos a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile! Una verdadera tragedia humana que inundaría de tristeza hasta el más optimista de la Tierra.

Gracias a otro proceso llevado a cabo por la JEP, pudimos conocer que cerca de 22.000 colombianos fueron sometidos a la interminable tortura del secuestro por parte de las Farc. Ya habíamos visto las imágenes que evocaban los campos de concentración nazis, cuando permanecían encerrados con cadenas y en cárceles de alambre de púas. Las víctimas escucharon los testimonios de quienes habían ejecutado los secuestros y ahora conocieron a los que daban las órdenes: los miembros del secretariado de las Farc. Los familiares clamaban verdad plena, compensación y castigos severos para quienes cometieron barbaridades y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Los ex miembros del secretariado reconocieron que, desconociendo principios éticos mínimos, cometieron crímenes de lesa humanidad. Convirtieron la vida humana en una mercancía. La tragedia ya está causada y es irreparable, pero este reconocimiento es un paso adelante para garantizar la no repetición del conflicto.

En la misma línea, hoy quiero hablar de algunos actores del conflicto que no serán citados en el informe final. No han disparado un arma, tampoco han organizado una columna guerrillera o financiado alguna estructura militar ilegal. Me refiero a algunos medios de comunicación que también son responsables de impulsar y mantener la guerra. Son quienes atizan el odio, siembran cizaña y estigmatizan. Ellos, con sus palabras cargadas de rencor, también tienen una cuota de responsabilidad y es nuestro deber desarmar el lenguaje. Solo así será posible una paz integral y duradera..

Adama Dieng, asesor Especial de las Naciones Unidas sobre la Prevención del Genocidio, decía que “los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio”. Eso ha sucedido en todas las guerras. Antes de que se cometa un asesinato, se atiza el odio contra quienes serán las víctimas del mañana. La movilización del rencor se hace de múltiples maneras: en las redes, los medios de comunicación, en la vida pública, las familias, el trabajo y en la escuela. Las palabras envenenadas degradan la convivencia. Es por eso que los colombianos no confiamos en los demás. Ni en los vecinos, ni en los compañeros. Casi en nadie. ¡La guerra destruyó nuestra confianza y nuestro tejido social! En Colombia, el comisionado Saúl Franco lo dice de manera cruda: “la guerra ha dejado cicatrices profundas que están infectadas”.

Traigo a colación estas reflexiones después de ver la indignante carátula de la Revista Semana el día de las elecciones presidenciales en Colombia. ¿Exguerrillero o ingeniero? fue la pregunta de una portada cargada de veneno. Maturana decía que nos podíamos herir o acariciar con las palabras. Las palabras e imágenes de Semana en la última época suelen acariciar el poder y herir al lector independiente. El daño que hace la revista al tejido social es inimaginable. Gustavo Petro dejó las armas hace 32 años y si después de ese tiempo respetando las instituciones y las reglas de la democracia lo siguen llamando “exguerrillero”, quiere decir que esa será una lápida que va a cargar hasta su muerte. Si eso fuera así, entonces no sería posible la reconciliación en Colombia. El mensaje de la revista es una clara invitación a los guerrilleros del Eln y de las disidencias de las Farc para que no dejen las armas, porque en Colombia es imposible la paz. Por fortuna, la mayoría de los colombianos piensa distinto y por eso lo eligió como presidente.

Al día siguiente, mientras se conocía el resultado electoral, a través de un panel de discusión transmitido en vivo la revista avaló la afirmación de una analista que dijo que debido a la elección de Gustavo Petro, por primera vez en la historia del país el dólar había llegado a los $5.000. Era mentira, pero al divulgar una información como esa estaban generando pánico financiero, lo cual es un delito penalizado en la Constitución Nacional.

Estos dos ejemplos evidencian el enorme riesgo que tenemos los colombianos de que la guerra siga siendo atizada y se siga promoviendo el odio, la desconfianza y el pánico entre nosotros. Con miedo nunca florecerá la esperanza y con odio nunca habrá reconciliación. Cientos de mensajes circulan en redes y en medios que promueven la ira, el miedo, el racismo, el clasismo y la exclusión. Vivimos en un país profundamente intolerante. Y los ejemplos citados son mucho más graves porque estamos hablando de una de las principales revistas en la historia del país.

En el año 2014 la Revista Semana me invitó a escribir una columna periódica sobre temas educativos. Recibí con infinita gratitud la invitación, porque para aquella época este medio de comunicación gozaba de enorme prestigio nacional e internacional por la independencia en la línea editorial, la total libertad de sus columnistas y sus muy rigurosas investigaciones. El reto resultó muy interesante. Sin embargo, en 2019 me vi obligado a renunciar cuando concluí que la revista había vendido su independencia y perdido su rigor investigativo. Se arrodilló ante el poder y claudicó en su autonomía, lo contrario a lo que tiene que hacer el buen periodismo. De esa manera, perdió el principal activo del periodismo: la credibilidad.

Sin duda, la paz es la tarea más importante que tiene en frente el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez. Es una condición inaplazable para superar el hambre y la fractura social. Después de cuatro años en los que el gobierno Duque hizo todo lo posible para hacerla trizas, por fin llega un mandato comprometido con impulsarla y ampliarla. Sin embargo, esa meta no podrá lograrse sin el apoyo de todos. Debe ser muy especial el compromiso de quienes educamos: familias, docentes y medios de comunicación. La masiva votación que obtuvo el Pacto Histórico es un fuerte espaldarazo a la implementación integral de la paz en Colombia. Esperamos que todos los medios, pero muy especialmente la Revista Semana, entiendan el nuevo mensaje. Pueden criticar, investigar, denunciar y contra argumentar cualquiera de las propuestas del nuevo gobierno. Ojalá lo hagan. Ese es su deber. Lo que no deben hacer es atizar el odio y divulgar falsedades.

Para que haya lectura crítica es fundamental que se conozcan, lean y estudien visiones, fuentes e ideas diversas, incluso contradictorias. La esencia de la democracia es la misma que la de la lectura crítica: diversidad de criterios, fuentes e interpretaciones, para poder elegir conociendo todos los puntos de vista. La democracia necesita de la Revista Semana, pero los colombianos le reclamamos su aporte a una convivencia más pacífica.

Información para los lectores de Revista EXPECTATIVA 41 Años.

 

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